Los de Jiménez jugaron contra un equipo de circunstancias y sólo su falta de alegría le privó de obtener un éxito más cómodo. Así todo, su triunfo fue incontestable y la sensación de superioridad que dio sólo podía derivar en un final favorable.
El Athletic trató de suplir las carencias normales de un grupo descoordinado, donde la inmensa mayoría de sus miembros no tenían rodaje en la competición. Le puso casta, sí, pero fue insuficiente y por si cupiera alguna duda estaba Kanouté, cuya clase decidió.
Pese a la desigual pelea que se libró en La Catedral, los rojiblancos tuvieron sus opciones, tomaron ventaja y al final gozaron de dos remates claros, aunque el dominio visitante fue apabullante en amplias fases.
El atípico once del Athletic empezó metido en su terreno, de donde no salió en los primeros veinte minutos, mientras el Sevilla se manejaba a placer, sobaba y resobaba la pelota sin prisas. Las pérdidas se convertían en el arranque de una nueva combinación, puesto que los rojiblancos no tenían interés en ligar juego y el cuero les quemaba.
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